martes, 12 de mayo de 2015

Canibalismo encapsulado

“Cosas veredes amigo Sancho que farán fablar las piedras”. Cierta o no, esta frase atribuida a Cervantes mas nunca hallada en El Quijote, lo auténticamente real es que de un tiempo a esta parte uno no se acaba de curar de espanto ni de caminar por la vida desde el sobresalto al duelo y desde el duelo al quebranto.

No hace mucho, el Korea Times, recogía una espeluznante información alertando a la población de algo mucho más terrible que una teórica invasión atómica del vecino del norte.


Según ese diario, desde agosto de 2011, las autoridades aduaneras habrían detenido a más de treinta personas que, desde la vecina China, trataban de introducir ilegalmente “las cápsulas de la eterna juventud” que al parecer se venden como rosquillas a uno y otro lado de la Gran Muralla. Si consiguieron detener a treinta “muleros” hay que dar por sentado que se les colaron por lo menos trescientos o tres mil. Los chinos para eso y para muchas otras cosas suelen ser muy listos. Y a los hechos próximos me remito.

Las capsulitas presuntamente revitalizadoras no contienen en su interior otra cosa que elementos proteicos extraídos de fetos que no llegaron a término y restos viscerales, musculares y óseos de niños nacidos muertos. Todos ellos debidamente desecados y liofilizados como mandan las correctas leyes de la galénica.
 
Saturno devorando a su hijo (Goya)
El hombre se afanó siempre en la búsqueda de la piedra filosofal para transformar los metales en oro y en el elixir de la vida para convertir la vejez en perpetua algarabía. Ahora, los chinos, dicen haberlo conseguido con estas macabras cápsulas, rellenas de carne humana, a las que les suponen poderes milagrosos para curar el cáncer terminal y devolver la eterna juventud a los que han entrado en el natural declive en el que la inclemente biología nos mete inexorablemente a todos desde el momento en que nacemos.
 Esta noticia, que se incardina en su brutalidad con los falsos poderes afrodisíacos atribuidos a los polvos extraídos de testículos de tigre, aletas de tiburón o cuernos de rinoceronte, no son sino la expresión más medieval y retrógrada de una profunda incultura de la que se aprovechan criminales sin escrúpulos para sacar pingües beneficios de la ignorancia y la desesperación de los que todo lo consideran perdido.

Esperemos que los controles aduaneros españoles sean herméticamente impermeables a estas repugnantes “importaciones” chinas porque, aunque el hambre bajo las actuales circunstancias sea mucha, lo de volver al canibalismo tribal de épocas prehistóricas no tendría ninguna gracia. Aunque tal cual van las cosas…